lunes, abril 17, 2006

Conjuro atómico

Harakiricemos el momento
preciso de tu convalescencia.
Dinamitemos de antemano
el deseo inaudito de llamarnos
por nuestros nombres.

Encabecemos, de una
vez y por todas,
el acto supremo
en que nos convertimos
en Otro,
al olvidar el remordimiento
de vivir al unísono.
Como dos calaveras
sonrientes.

sábado, abril 08, 2006

El regalo del mar

Cierta noche de luna paseábamos mi soledad, mi tristeza y yo, por una playa acariciada por las olas tranquilas de un mar oscuro. Nos sentamos en la blanca arena a contemplar el reflejo de la Luna en el negro espejo marino buscando el horizonte, oteando la distancia. Sólo un ritmo rompía el silencio entre nosotros y la Nada nocturna. Mi tristeza callaba, rezando con sólo un movimiento de labios oraciones a dioses olvidados. Mi soledad miraba el baile eterno de los espíritus que flotan en el mar y, yo, aspiraba el aire frío de la noche, sin prisa, suavemente.

Una doncella de blancas manos nos ofrece un regalo de su padre el mar. Deposita a mis pies una botella tallada en un rojo rubí. Servíale de corcho una perla que cantaba melodías de sirena. Encantado, tomé la botella y la destapé. Las notas de nácar puro cayeron bruscamente a la arena, dueñas ahora de un peso misterioso. El baile eterno de los espíritus marinos cesó de repente, como si una brisa de fría muerte hubiese acariciado sus mejillas. La última nota de nácar que cae sobre la blanca arena poco a poco cobra movimiento, forma. En un suspiro de agua que brota de la garganta de una ninfa y con el sonido de una gota de lluvia que cae sobre una espalda desnuda nace, casi como flor silvestre, la figura imponente de un genio con cuerpo de aire, corazón de agua y voz de fuego.

Condujo su nacimiento en una sinfonía de colores etéreos, casi como su padre el mar y su madre la brisa. Casi con una sonrisa nos concede un deseo. Y mi tristeza deseó que su voz se escuchara a través de las edades, vidas y hombres que existieran y el genio movió su cabeza y encerró a mi tristeza en un caracol marino, donde su grito pudiera oirse eternamente.Y yo deseé nubes de carmín en espacios abiertos, y el genio sacudió su cabeza y me convirtió en una gaviota asustada y varada en la desolación de una tormenta marina. Y mi soledad deseó, tan solo, su razón de existir. El genio bajó su cabeza y fueron marchitándose sus colores, encogiendo su cuerpo y secando el corazón. Al final sólo queda un gusano arrastrándose por la arena. Mi soledad lo coge entre dos dedos y lo echa en su boca. Y mientras observa masticando la salida del sol en el horizonte marino, una lágrima resbala por su mejilla, sola.

lunes, abril 03, 2006

Poema del instante sin Destino

Caminas con abandono siniestro
amortiguando en Silencio
esta espera esculpida
en mi regazo.

Las miradas se rozan
antes de caer al suelo...

en ese instante
flama irredenta
la Eternidad