domingo, noviembre 26, 2006

El minotauro alado

Volaba sobre la planicie efímera de sueños y brumosidad. Llevaba sobre sus hombros peludos la pelada tristeza de su ser. Vírgenes y mártires no saciaban su sed perdida en laberínticas puñaladas tejidas en eternidad. Volaba. Sobre la efímera planicie de sueños brumosos. Pelaba sobre sus hombros la tristeza de su ser peludo. Volaba en círculos, como costumbre de engañosa rigidez ilusoria. Un bramido cubre la distancia y lentamente posa su pezuña sobre la brumosa planicie de sus sueños efímeros. Cargando sobre sus tristes hombros peludos la pelambrera de su ser.
Camina paso a paso, adelantando hendidos pies por la brumosidad somnífera que exhala de sus bestiales belfos vestidos de humana sordidez. Sordo a su propio suplicio enmarañado, vuelve la mirada buscona de héroes, o de llantos. Sintió en sus sórdidos belfos humanos la bestialidad somnífera que exhala de sus pies vestidos por la bruma. Mira sus alas enaltecido. Mártires vírgenes tejían con ellas su eterna sed de puñal en laberintos perdidos donde sólo él solía bramar. En círculos sempiternos, con el falo erguido, se acerca a la piedra bruñida donde descansa y le espera.
Gota a gota supura su deseo deslizante, brota en estertóreo suplicio continuo, suplicante. Deja un rastro humedecido a lo largo de su peludo cuerpo alargado que vierte un olor a salado discurso prístino y señala altivamente hacia adelante. Criatura onírica que camina por el laberinto eterno con el peludo falo extendido adueñándose del humedecido miedo a morir con su discurso estertóreo deslizado a lo largo del rastro prístino que altivamente vierte. Le espera. Rodillas y manos al suelo. Como virgen suplicante, o como mártir en suplicio. El minotauro extiende sus alas y brazos y brama en señal de conquista.
Suplica suplicio eterno. Rodillas y manos al suelo, yergue su ofrenda virgen para el martirio. Le late el roto ritual, de miedo o de espera. Una gota de sudor salado brota y baja alargándose en su camino al pozo suplicante del suplicio esperado. Posa una mano sobre sus caderas elevadas y abre victorioso la urna palpitante de miedo, o de vida. Espera con miedo el ritual con un latido roto. Roza con sus dedos animales la gota de sudor y la esparce en círculos concéntricos que laten al unísono, gota, dedo, falo animal, roto latente del rito esperado.
El falo infalible señala su camino hacia delante, con su gota colgante que se desliza y alarga sórdidamente sobre el espacio extendido entre él y su premio. Con la otra mano lo agarra lo estira lo exprime de su sórdida gota colgante y lo dirige sin prisa hacia su destino suplicante. Late el puñal escondido en su pecho, de miedo o súplica. El hilo salvador palpita a su vista. Sólo voltearse una vez más con su puñal certero y matar aquella bestia humana, aquel falo infalible que lo señala y martiriza con inmaginados suplicios insufribles, y salir de su laberinto erguido una vez más, con el falo cercenado en una mano, el puñal sangriento en otra y el corazón palpitando una súplica eterna. Late el puñal escondido en su pecho, suplicando cortar una vez más este martirio que se repite cada noche, cada día, cada hora, y salir triunfante ensangrentado con su propia sangre, bañarse en ella, restregar por su cuerpo alargado el falo cortado que supura sangre adormecida hasta vivir nuevamente y entrar al laberinto enmarañado de sus sueños y sobre la piedra bruñida esperar al minotauro alado de rodillas y manos al suelo, con un puñal latente en el pecho, suplicando alivio a este suplicio eterno, cada noche, cada día, cada hora.
Sin volverse, agarra el puñal palpitante en su pecho, volver a cortar, a matar esa cabeza taurina que ahora exhala sobre su espalda su tibio resoplo animal. De sus belfos humanos escapa un hilo salivoso (y mira en este instante su propio hilo tendido en el suelo, su camino a la salida victoriosa) y salado que cae sobre él, sobre el camino hendido que conduce certero hacia el roto que late al compás de un puñal escondido en el pecho. Llega el falo ominoso hasta la entrada falible, impenetrable. Se posa, descansa levemente y la gota colgante se mezcla con el sudor salado y el hilo salivoso que baja certero por su camino escondido.
Aprieta su puñal listo a cercenar, a matar una vez más ese minotauro alado y salir victorioso de otro laberinto siguiendo el hilo tendido con el puñal ensangrentado y el falo colgante y bañarse en su sangre palpitante, restregarse en entrega falible sangre animal, sangre que nace de su sangre, falo sangrado falo ensangrentado falo sangrante. Y volver a soñar que estás en un laberinto soñado esperando de rodillas y manos, como virgen en suplicio o como mártir suplicante. Sentir una vez más la fuerza que late del falo posado en tu súplica, en tu suplicio. Saber que el minotauro vuela con tus alas y nace de tu sangre, de la sangre vertida de su falo cercenado por tu puñal escondido, vez tras vez, infalible su falo retorna de tu falo a la muerte continua que le das, que te das. Mueres y te bañas en tu sangre, su sangre que brota estertórea del falo cortado en tu mano. Sientes por tus venas la fuerza que late de su falo, la súplica de tu suplicio eterno y sabes que volverá a nacer de ella, que el minotauro que sueña soy yo, y de mi sangre nace mi suplicio que suplica y la única forma de morir es matarla. Y la única forma de matarla es vivir con ella.
Agarra el puñal con la misma fuerza con que late su falo, tu falo, mi falo. Posado sobre la entrada falible, impenetrable, palpitando al unísono en espera de un ritual roto, o de un roto ritual. Empuja certero su entrada triunfante y cede el roto al rito esperado. Desliza suavemente su largo alargado y siente, sientes, siento el suplicio iniciado de mi muerte, tu muerte, su muerte. Aprieta, aprietas, aprieto el puñal escondido en mi pecho y me dejo poseer de mi falo, tu falo, su falo entrando en ese cuerpo rendido en medio del laberinto soñado de un minotauro alado. Siente, sientes, siento su resoplido tibio sobre la espalda y lentamente arropa con sus alas encarnadas ese cuerpo moribundo que posee, posees, poseo hasta morir. Agarro, agarras, agarra el puñal con fuerza mortecina y descubre, descubres, descubro su falo, tu falo, mi falo agarrado en mi pecho y con un bramido exploto, explotas, explota su cuerpo tendido en medio del laberinto soñado.
Y sigue, sigues, sigo el hilo húmedo que brota de él, hacia la brumosa salida donde me espera, te espera, le espera una doncella ensimismada en sueños de impenetrable ritual roto, un minotauro que extiende sus alas, y sale bramando de su laberinto.

miércoles, noviembre 01, 2006

Receta de la inmobilidad

Tome 2 cuartillos de nada,
mézclelos concienzudamente
con el aire que respire en su
mano izquierda. Mientras tanto,
ubique una esquina donde
pueda retozar el silencio
que se vaya produciendo.
A fuego bajo, o bajo fuego,
derrita lenta y sórdida toda
capacidad de juego. Vierta
sobre un molde de tierra y
sirva cuando muera.