domingo, febrero 21, 2010

Soneto decapitado

No importan vestigios o aderezo,

al final sólo queda el horror:

vivir como cadáver el dolor

o morir, esta vida sin regreso.


¿Qué haremos con esta inerte vida

nuestra que hasta ahora ha pasado

en un túmulo de risas y esqueletos?


No sé si la derrota ha ganado.

Otro día oculta su caída,

en la mano le tiembla el estileto.



Publicado en: http://jurutungo.blogspot.com

miércoles, febrero 17, 2010

Baracutay[1]

Un rayo de sol nuevo desplazábase suavemente por el interior de la gruta sagrada. A su paso iba descubriendo el cobre lustroso de un cuerpo divino. Subía, por el cuerpo tendido, con la majestuosidad que produce la lentitud ceremoniosa de una marcha imperial. El beso con sus labios fue cálido, amoroso, como los que despiertan a seres queridos, e intenso y profundo, como los que abren las puertas veladas del recinto sagrado del amor. El contacto con sus párpados unidos, como manos en rezo ingenuo, fue ligero, casi tenue, como el roce primero que despierta en el alma virginal la sed y el ansia de amar.

Abrió lentamente sus ojos de astro sereno. Recorrió con su mano regidora su cuerpo de cobre moldeado en barro, barro rojo y delineado con achiote, semilla sagrada y tinte ritual. Se irguió completamente, ya con el sol de lleno sobre su altiva figura arauca, contemplando, escuchando el silencio, tratando de distinguir entre los sonidos matutinos del bosque tropical el canto agudo de algún bohíque en narcótica cohoba invocadora.

Se sentó sobre su áureo dujo sagrado. A su diestra, el Cemí, con el brillo velado por el polvo de cinco centurias profanando su figura sagrada. A su izquierda, el collar de piedra, serpiente madre y tierra primera de libertad arauca.

Sentóse así, esperando con paciencia de dios bueno la invocación de algún araguaco festivo, los cantos de areyto salvaje saludando su llegada o el batuto indicativo de peligro, de caribes hambrientos o Juracán furioso en cauces sin cauce, descontrolados. Al caer la noche, los rayos que lentamente foljaron su cuerpo y que fueron testigos de su inactividad heroica, decaen de una manera no precisa, sin orden, imperceptibles, como el puñal clavado en su pecho por el silencio de su pueblo aruaco. . .

Sintió la presencia del espíritu cerca del fuego sagrado. Su lento acercarse indicaba reverencia y miedo. Le tendió su diestra divina y con voz que sabía a verde frondoso y olía a exhuberancia tropical le llama:

- Operito.

Y el ánima inclina su forma en reverencia sumisa. El dios bueno en espera de su ofrenda o súplica le mira altivo y bondadoso, firme y consentidor, extrañado de que esta aparición escapada del Coabey estuviera ante Él. Le interroga, y más o menos le contesta lo que en lengua cristiana diría así:

- "Oh Hijo de Atabex, distingue a tu pueblo porque ante Tí se encuentra! Perdona nuestro abandono a tu culto sagrado! Cuando vinieron los dioses blancos, nos compraron tus rezos a cambio de un trozo de turey caído, te abandonamos para adorar en lengua incierta al Padre y a la Madre, entregamos nuestras hijas esperando tener hijos de dioses y trabajamos como naborias entregando nuestra libertad innata que de Tí heredamos. Fue lo último que ofrendamos. Porque gritos de guerra y rebeldía cuando descubrimos el engaño, despertaron en nosotros la ira de la indignación. Y te invocamos en areyto salvaje, pero Tú, ya te habías ido..."

Siguió escuchando hasta que el espíritu colectivo se desvaneciera atravesado por un rayo de sol incipiente. Quedóse como tallado en piedra. Salió hacia la selva de lluvia y aunque la llamara la cotorra amiga no vino a su encuentro. Y vió que un hombre extraño profanaba Su Morada, destruyéndola. Bajó hasta ellos, pero no reconocieron su presencia autoritaria, ni temblaron a sus pies ante su furia inminente. Pronunció palabras de guerra y nadie le contestó. Convocó señales celestes y meteóricas, pero no escuchó los cantos salvajes de areytos desenfrenados reaccionando a su llamado...

Al atardecer, postrado en la cueva sagrada del corazón del Otoao (lugar que sólo caciques escogidos penetraban para investirse de Su autoridad), impotentes lágrimas mojaban el polvo que cinco centurias depositaran sobre los objetos abandonados de autoridad. Todo olvidado, desierto, abandonado. Juracán enanejado en su morada más allá del mar, sin la furia guerrera y sed de destrucción con que le había conocido y enfrentado.

- Hemos sido olvidados, despojados de nuestra autoridad divina, suplantados por un dios blanco, muertos nuestros hijos y el temor a nuestro culto y nosotros... es nuestro Coabey...

Pero no podía ser cierto. Yucayeques extraños rompían el verdor de su tierra mimada. En su refugio, escuchaba el lamento de los coquíes repitiendo la historia que había conocido o adivinado. Recogió del suelo el Guanín dorado abandonado por el último cacique escogido. Las manchas frescas de sangre taína contaron la historia de su última lucha contra el dios blanco y el sacrificio de un bohíque fiel que recuperó el áureo símbolo y lo ocultó en este lugar sagrado. Sintió la furia guerrera abrirse paso en sus venas. El mismo Juracán lo había sentido en ocasiones y salido de su encierro, destruyéndo todo en frustración de dios olvidado. ¡No! Él no sería olvidado, recuperará su tierra taína otra vez y se sentará sobre su montaña sagrada para recibir la adoración de su pueblo resucitado. Los coquíes callaron para escuchar su juramento pronunciado con el Guanín en alto y lo repitieron de montaña a montaña, hasta el valle y luego a la montaña hasta el mar. Y las aves se revolvieron en su nido ansiosas de cantarlo en la alborada del día que empezaba a nacer, las reinas palmas alzaban su cogoyo altivo otra vez, presurosas de recibir la mañana y la brisa juguetona con el orgullo de sus hojas cortando un firmamento más brillante, más azul. . .

Mientras en la cueva sagrada, el dios taíno mantenía el Guanín en alto, repitiendo su promesa como en canto ritual. En el horizonte, el sol rompía los sellos de un turey nuevo, abriendo caminos renovados sus rayos lentamente despejan la oscuridad nocturna. El astro, percibiéndolo, envía un rayo nuevo a la cueva sagrada y cortando la oscuridad centenaria hiere el disco de oro, resucitándolo. . .

[1]Ave que se queda sola, sin compañera.



Publicado en: http://jurutungo.blogspot.com

sábado, febrero 13, 2010

Cronóstico de invierno (Re- publicado)

Nota editorial: nuestro bibliotecario Jay Elle Bee ha juzgado apropiado republicar este penema.

Cronóstico de invierno

No creo que la nieve
derrita este sueño,
tampoco que la hoguera
conserve el recuerdo.

De seguro vendrá
el cambio impasible,
o la amargura serena
acompañando al grito.

Tal vez se disuelvan
en baba los ladrones
prestos a la muerte,
o convide solemne
al burócrata testigo
de la sangre plasmada
en cada golpe.

Sólo quisiera
bordar la herida
que trazo en cada
intento de tinta,
en cada bocado de quizáses,
en cada orilla de
lo que existiera.

9 II 07
DC


Publicado en: http://jurutungo.blogspot.com/ el 25 de marzo del 2007

martes, febrero 09, 2010

Delirios de Salomé

En el medio del camino se dibuja una figura antigua a paso de serpiente. Sé que debo temerle. No importa. Sé que debo tenerle.






Un aroma de frutas le precede.






Se forma el cosquilleo ventral, las uñas en la espalda, el sudor y el gemido. En medio del camino una fruta mordida cede.