NACIMIENTO
Me fueron a buscar en carro público. Mi madre sólo dijo llévame a Arecibo sin añadirme en ningún momento a la conversación. Mi padre se resignó al verme, un viejito recién nacido con piel azul le gustaba decir. Tenía tres días de vida.
Sé que los vecinos, al enterarse de mi llegada, buscaron entre sus pertenencias lo que podría ser mío. Así aparecieron biberones, zapatitos, camisitas, sabanitas y todas esas cositas que un bebé necesita. Excepto una cuna. Mi primera cuna fue un sillón reclinable gigantesco, de cuero marrón. Cuenta mi madre que lloré tres días corridos en protesta. Al tercer día, tal como suele suceder en los milagros, mi padre fue a la mueblería del pueblo y se trajo una cuna fiá. Él mismo, con sus manos callosas de obrero de fábrica, me acostó en la nueva cuna. No sin antes advertirme que más valiera que me gustara. Me dormí casi inmediatamente.
Supongo que los días pasaban como todos los días, uno tras otro, mi madre cosiendo interminablemente y mi padre rompiendo la noche en la fábrica y el día con sus lechones. Imagino a los vecinos dándose una vuelta para beber café y hablar de mí con mi madre. Sé que todos se alegraron cuando mi piel se desprendió de sus arrugas azules y mostré mi mulatería tan disonante entre tantos ojos azules. Y yo sonreía como bebé mimado.
Sólo existe una fotografía del bebé que fui. En ella sonrío mientras señalo con el dedo índice a la cámara. Llevo una camisa a rayas y el pelo ordenadamente revuelto en un cuasi moño de lo más mono. Un detenido análisis revela el pulgar de una mano izquierda que sujeta mi cuerpecito. Ignoro a quién pertenece, pero me da la impresión de que es de mujer. En mi boca se asoman cuatro dientes. Calculo unos cinco a seis meses de edad. Mi madre me mostró una vez la cicatriz que esos cuatro dientes dejaron en su seno. Unos surcos truncados por el hambre.
No tengo más evidencias de esa época, sólo conjeturas. Por ejemplo: supongo que dormía la siesta con mi padre, acostados ambos en medio de la sala. Supongo también que mi madre me cosía la ropa de los trapos que le sobraban de sus trabajos. Supongo que mi padre traía la leche y las viandas todos los días e insistía en que sólo comiera gallina del país. Que mi madre cocinaba todos los días; que mi padre fumaba cada vez más. ¿Cómo equivocarme si la cabra siempre tira pal monte? De esos días no conservo memoria. Sólo algunas anécdotas y un par de asunciones, pero nunca me faltaron los quizáses.
"Al tercer día, tal como suele suceder en los milagros, mi padre fue a la mueblería del pueblo y se trajo una cuna fiá..."
ResponderBorrarlindo! lindo texto hermano, lleno de humildes anécdotas y tiernos recuerdos.
quizás una pluma temprana el primer juguete más querido.
abrazo!