sábado, julio 21, 2007

AHORA (p.s.)

Sólo un sauce quebrantaba el infinito de la llanura. Sus ramas tristes enmarcaban derruida columna corintia. Desde su rasgado capitel bajaban en líneas duras, eráticas, las huellas dejadas al paso de un tiempo sin tiempo, sin sustancia, incontenible. Sólo el recuerdo de su gloria, reminiscencia de un esplendor de mármol, reflejaba la luz intermitente de los relámpagos que rasgaban el grueso velo de las nubes nocturnas. Los truenos se ahogaban en la distancia, como filtrados por el silencio que impone la soledad de una noche de recuerdos. . .

Sobre el prado casi virgen, casi verde, casi húmedo, reposaban pedazos de mármol, como si fueran testigos de la eternidad del tiempo, o mudas pruebas de su fugacidad, siendo ruinas de un sueño. Entre ellas descansaba, en actitud sollozante, un unicornio blanco. Por un belfo colgante resbalaba una lágrima, matizada por un color de soledad, tenue, transparente. Su único cuerno señalaba en agonía de verde marfil al suelo, casi virgen, casi húmedo. Mientras el frío entumecía el ala teñida de rojo carmesí. . .

Una tenue neblina salía tímidamente, como sudor de virgen, por entre las yerbas que tapizaban de sensualidad la llanura infinita. Borrándolo todo de forma gradual, casi normal, en caricia sutil de lenta penetración, de primer éxtasis sensual que eterniza un momento, en silencio, como vuelo de ave nocturna. Y todo lo cubrió. . . y el tiempo se volvió blanco...

* *

Parecía flotar por sobre el nivel de la espuma de las olas. En vuelo callado, amarillo, casi espiritual. Una lechuza blanca arranca su secreto al aire, en confidencia sutil, tenue, casi amorosa. Va, como impulsada por la inercia de los sueños, sostenida por la costumbre de agarrarse al viento sin forma, sin nombre. Por sobre las olas de un mar en calma vuela, siguiendo la ruta del instinto, flotando entre un rayo de luna empeñado en seguirle, como fiel compañero intangible de su soledad sobremarina...

La brisa le susurra quedamente estás cerca, y la claridad de la luna le descubre un punto en el horizonte que rompe la continuidad de la espuma de las olas. Se dirige hacia él, en vuelo altivo, constante, silencioso. Va cortando la espesura nocturna con el filo de su blancura, firme, segura, como guiado por un rayo de luna llena, resplandeciente. . .

Llega a una playa desnuda, solitaria, sin tiempo. El rumor de sus olas hace mucho huyó hacia la eternidad. Sigue arrastrando su cuerpo por el aire, sobre la desolada playa. Hasta que, como si fuera un refugio místico donde no tiene cabida el tiempo, surge por entre la arena, casi imponente en la eternidad de la distancia, el tronco solitario de un pino. Se acerca a él con su vuelo pausado, y escoge con la rapidez de un aletazo una rama carcomida por la inercia del tiempo, y descansa, descansa. . . Al amanecer, sólo un puñado de plumas en aglomeración ligera de blancura era arrastrado por el viento. . .

* *

Parado sobre la eternidad, sobre una roca, inmóvil ante el paso del tiempo, inconmovible en el golpear de los elementos aire, tierra, agua, fuego. . . El hombre contempla el vacío profundo, lejano, detallado en un horizonte de humo y tinieblas, sin formas, ni líneas, todo reflejado en sus ojos, cuencas de entrada a su propio horizonte de niebla y lluvia. . .

Ni un sollozo cuando el viento le acariciaba en remolino ligero su desnudez de hombre inmóvil; ni una lágrima cuando la agitación de las olas le humedece en un abrazo íntimo y lleno de sensualidad y pasión; ni un solo quejido al sentir sobre su entero cuerpo la áspera caricia de la tierra en levitación concéntrica que lentamente le va rodeando, espesándose, como caldo de amarguras y penas; y lo cubría, lo cubría, lentamente, lo cubría, vistiéndolo...

Quedó así, como esculpido en actitud de súplica en la eternidad naciente del barro convirtiéndose en piedra. Silencioso, macizo como un pensamiento fugaz, inconmovible en el espacio, intocable en el tiempo. Sereno, con la misma tranquilidad de las rocas. . . Al atardecer, poco antes del crepúsculo, un último rayo de luz baña en etérea ida el cuerpo suplicante, imponente, eterno. Y al desvanecerse, el reflejo de una tenue lágrima se abre paso por sus pupilas eternas. . .

* *

Me despierto en un sobresalto, con la sensación de sentir el corazón latiendo entre mis manos. Suavemente me levanto y mis pies guiados por esa euforia que atonta lentamente responden a mi llamado. Mis ojos descubren el horizonte. . . y un rayo de sol nuevo penetra los surcos de mi rostro anciano. . .

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