miércoles, abril 25, 2007

Carta a un ser de hielo

No tengo que decirlo. Cada caminata entre tus recuerdos exhausta mis olvidos. Gracias por el café. A quién sea. ¿Ves? Casi comienzo uno de esos entuertos de huevos y gallinas que no me interesan, pero nos fascina. ¿Temeremos a la mordedura del hielo después de tanto tiempo? Supongo que hoy conduces hacia lo que cercenaste. Baja la ceja, no te acuso. Hay que donar el cuello para que exista el verdugo. No te pido nada. Sé que ocupas tu olvido en olvidarnos. Siempre persiste ese saborcito a piel, a sudor, a gemido, a entonces… y luego la primavera.

26 III 07

DC

jueves, abril 19, 2007

A la vida

Vivimos, porque
la recompensa
es estar vivos papi

Don Omar

…aunque el viento
rapidize el cortejo fúnebre
sin monumentos fotografílicos
para el antes y el después
del duelo mañanero.

… por el frío cedazo
la mirada afilada,
el gesto lo mismo,
y la tarea compartida.

… porque al final nos espera
el hambre silente,
la onomatopeya lúdica,
el giro programado
y la sorpresa momificada.

Vivamos.

6 III 07
DC

lunes, abril 16, 2007

Alba Rosa

Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!
Hacedla florecer en el poema
.
Vicente Huidobro

. . . y germinó. Todo se hizo blancura cuando el primer rayo de Sol tocó su cuerpo en corazón de flor naciente. Abrazada por las últimas gotas del rocío matutino sintió correr en su interior la vida yacente en las entrañas de la tierra, el palpitar de tantas ansias muertas y sepultadas bajo el polvo de los siglos. Despertados ahora por ella, interrumpiendo su sueño milenario con el llamado de sus raíces ávidas de sueños, vidas y sonrisas muertas.

Detenida en un instante, la flor naciente contempla el alborozo de los rayos de luz entre sus pétalos nuevos. Comienza, como por costumbre, a ofrecer en ofrenda solar su corola de flor recién hecha. Sin temores ni vanaglorias abre su albo cuerpo en compás de sinfonía a natura, en crescendo lento, irreversible.

Todas las flores, aves y cascadas; y todos los arrollos, árboles y soles, cantaron en fortíssimo salvaje la sinfonía de bienvenida a la Alba Rosa. Y se sintió feliz, ajena al dolor de los hombres.

jueves, abril 05, 2007

Sonrisa tropical


Baja el agua cristalina sobre las piedras ennegrecidas por el musgo estático, ancestral. Siempre moviendo su rauda canción por la tierra verde, tierra madre, tierra hermosa. Siempre adelante, pero sin prisa, de paso contínuo y caricias eternas. El cielo se refleja en su cuerpo, mística unión de alma y sangre, éxtasis de tierra disuelta en sus aguas y sol calentando sus venas en erótica atmósfera tropical. Humedad, calor... todo se une en frenética orgía de imágenes y sensaciones exóticas y sin control.

Domina el infinito el astro Sol. Sus rayos navegan por un mar de humedad. Impartiendo a su paso un toque de modorra sensual: misticismo tropical. Los dioses se pasean por este paraíso tropical de humedad, calor y sensualidad. Riegan el paraíso con su respiración de líbido tropical, erotofilia divina. Canta un ave entre la vegetación tupida y asfixiante, suena a gozo, a lloro. El lecho tibio de hojas en descomposición invitan al retozo de cuerpos rodando por la leve pendiente, levantando hojas a su paso, imitando el grito guerrero de las aves de colores en frenética danza de calor, luz y tierra.

Una silueta rompe la eterna superficie del agua. Mimada de los pájaros en su canto, abanicada por los árboles y arrullada por la brisa, la diosa taína descubre su cuerpo de bronce a la caricia del agua. Su cuerpo moldeado en barro y achiote, por sus venas corre la miel de centurias y sus ojos son del yagrumo oculto. Con un movimiento de éxtasis cierra sus ojos y se deja sentir, acariciar, cubrir, embargar por la corriente purificadora del agua sobre su cuerpo, entre su piel.

Venerada y codiciada por todos, apareció un día de otoño flotando en una nube marina. Cansada de la fría monotonía de color y sensaciones entumecidas por inviernos eternos, llegó cargada por la brisa del mar. Acercóse suavemente a sus playas y vio tortugas y peces de miles colores dándole la bienvenida, saltando. Posó su diminuto pié sobre la arena caliente y le gustó. Le gustó cuando caminó a través del bosque eterno y sin fin y las aves dándole la bienvenida, cantando. Miró a su alrededor y bebió lo colores infinitos y la luz infinita y el cielo infinito. Y dijo me gusta, mientras a su paso, la naturaleza copulaba enloquecida por el hechizo de su presencia.

Sale lentamente del agua, como queriendo dilatar la sensación del agua acariciando su cuerpo. El astro Sol envía un rayo que la arropa en su luz y la calienta. La brisa se encarga de vestirla con sus galas de diosa taína. Los árboles inmortales le proveen de su estera real. La brisa lentamente la envuelve en sus brazos y la eleva hasta su morada de diosa erótica. Mientras en el horizonte, el monstruo blanco de la civilización devora todo a su paso, envenenando con odio negro el paraíso tropical.

lunes, abril 02, 2007

Péndulo de agua

La gota se suspendía sobre ese espacio infinitamente mayor que ella. Agarrándose con su mano húmeda a ese filo, último filo, que la sostenía entre la indecisión del vacío, o la esperanza de una seguridad sólida. Llevaba disuelto en su seno la suma de muchas horas sin sueño, de muchas noches de dolor. Se sentía mensajera de una pena profunda, casi síntesis de un dolor existencial, de una duda de amor.

Ahí estaba, recreando en suspensión de agua su resbalo por la vida. Fue su génesis un último suspiro, aquel soplo de vida que Dios diera al barro le era ahora devuelto, disuelto en su cuerpo de agua.

Balanceándose sobre la nada, su vida era el vaivén del cuerpo que la sostenía, que le dió vida y por cuya faz resbalara. Así recordaba su nacimiento, salió empujada por la fuerza que libera un último suspiro con prisa de regresar al Criador, dejando suspendidos en su seno, como para aligerarse, el dolor de una vida apagada por el aire de la decepción.

Mientras descomponía en cifra divina un minúsculo rayo de luz subrepticio que atravesaba su cuerpo, un zumbido distinto al crujir ocasional de la cuerda vibró en el aire. Era un sonido de vida, un puñal clavado en el pecho de la muerte. Y una mancha negra se posó sobre la senda húmeda que había trazado al resbalar por esa faz aún caliente, pero ahora fría, quieta, sin los estertores que por poco la hacen caer al vacío. Y miró a la pequeña mancha negra que se movía inquieta por esa faz, de cómo bebía de unos ojos enormes que miraban al vacío (¿de vida?), y se entristeció, porque comprendió que ella era la última hija de ese ojo que miraba al vacío, y que esa claridad juguetona que la vestía de tantos colores ahora le daba una sensación de calor, no de vida pero de muerte, empequeñeciéndose gradualmente sintió otros zumbidos (más sonidos de vida), y comprendió que pronto habrían más manchas, muchas manchas, cubriendo esa faz, bebiendo el último suspiro de vida de aquel hombre que se balanceaba tan lentamente de esa cuerda que crujía (ese era el sonido de la muerte) y de cuyos ojos ella había salido y resbalado suavemente por su faz hasta quedar fija en ese mentón frío, sin vida.