lunes, abril 02, 2007

Péndulo de agua

La gota se suspendía sobre ese espacio infinitamente mayor que ella. Agarrándose con su mano húmeda a ese filo, último filo, que la sostenía entre la indecisión del vacío, o la esperanza de una seguridad sólida. Llevaba disuelto en su seno la suma de muchas horas sin sueño, de muchas noches de dolor. Se sentía mensajera de una pena profunda, casi síntesis de un dolor existencial, de una duda de amor.

Ahí estaba, recreando en suspensión de agua su resbalo por la vida. Fue su génesis un último suspiro, aquel soplo de vida que Dios diera al barro le era ahora devuelto, disuelto en su cuerpo de agua.

Balanceándose sobre la nada, su vida era el vaivén del cuerpo que la sostenía, que le dió vida y por cuya faz resbalara. Así recordaba su nacimiento, salió empujada por la fuerza que libera un último suspiro con prisa de regresar al Criador, dejando suspendidos en su seno, como para aligerarse, el dolor de una vida apagada por el aire de la decepción.

Mientras descomponía en cifra divina un minúsculo rayo de luz subrepticio que atravesaba su cuerpo, un zumbido distinto al crujir ocasional de la cuerda vibró en el aire. Era un sonido de vida, un puñal clavado en el pecho de la muerte. Y una mancha negra se posó sobre la senda húmeda que había trazado al resbalar por esa faz aún caliente, pero ahora fría, quieta, sin los estertores que por poco la hacen caer al vacío. Y miró a la pequeña mancha negra que se movía inquieta por esa faz, de cómo bebía de unos ojos enormes que miraban al vacío (¿de vida?), y se entristeció, porque comprendió que ella era la última hija de ese ojo que miraba al vacío, y que esa claridad juguetona que la vestía de tantos colores ahora le daba una sensación de calor, no de vida pero de muerte, empequeñeciéndose gradualmente sintió otros zumbidos (más sonidos de vida), y comprendió que pronto habrían más manchas, muchas manchas, cubriendo esa faz, bebiendo el último suspiro de vida de aquel hombre que se balanceaba tan lentamente de esa cuerda que crujía (ese era el sonido de la muerte) y de cuyos ojos ella había salido y resbalado suavemente por su faz hasta quedar fija en ese mentón frío, sin vida.

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