sábado, febrero 24, 2007

Carta a un ser de barro

Sí, lo sé. Parecen tan lejanos esos días en que paseábamos tomados de las manos. ¿Recuerdas esas tardes de vicios escondidos, cansancios sulfurados, escamas removidas? ¡Qué lejanos parecían entonces estos días! Tan concentrados en hacernos, con el descuido de quien nada cuida, nada reclama. Goteando nada tras nada hasta quedarnos en esta nada compartida. Tan lejana.

¡Si vieras todas esas huellas que cargo en la espalda! ¡Si supieras de los mares que han sumergido mi vuelo! ¡Si te imaginaras la veteranía cernida tras cada invierno! ¡Si soñaras en mis sueños! ¡Si entraras!

¿Sabes? A veces pregunto si tú también faxcimilizas esas noches cuando estaba ausente tu ausencia.

Sigo alimentando con tinta esta lejanía para que su hambre no me devore.
No te devore.
No nos devore.

Al final de lo eterno siempre espera el Olvido.
Nunca lo olvides.

domingo, febrero 18, 2007

Always something exciting!

Cada mañana compartimos

- en el mismo silencio -

las miradas perdidas

por los vecindarios

escurridizos a media luz.

Cada mañana nos

convertimos en siluetas

paralelas en esta

caja estéril que

traga y escupe

nuestros Destinos

en perfecto esquédiul

dogmático,

ensimi(s)mado.

Cada mañana,

com- partimos.

11 XII 06

martes, febrero 13, 2007

Febrilidades

A tí, que nunca llegarás a ser lo que eres.

Llego al concurrido bar y busco instintivamente la misma esquina de siempre, la que acomoda mis miradas, mis pensamientos. Allí esta mi silla, pido lo mismo, cerveza con mucha tristeza y observo las almas humanas a mi alrededor. Se esconden, surgen, se disipan, vuelven y te abrazan en una nube densa de lejanías y disfraces. Tanta risa, tanta discordia oculta, se pasea entre risas de mareadas en humo de olvido. Me siento cerca del zafacón, como siempre, a sorber y a observar. Un alma humana se acerca cojeando lentamente, sus ojos vacíos de órbitas y deseos parecen mirar a través de mí hacia un punto indeterminado de su pasado, o de su futuro. Unas lágrimas secas, olvidadas, cuelgan de sus ojos vacíos de llanto. La miro, parece mirarme, y digo ¡mira! Se detiene como por instinto, busca a su alrededor sin mirar y con angustia. Se palpa el pecho, como para comprobar que aún siente el eco de su cuerpo. Pasa a mi lado y llega hasta el zafacón, lo mira con ojos vacíos de odio, con ojos vacíos de misterio, con ojos llenos de dolor. Mira a través de él, como si quisiera llegar al fondo de su colección plástica, metálica, espiritual. Tose, y entre las comisuras de sus labios surge un hilo tenue y cortante de sangre oscura, negra, pestilente. Repite. Se lleva sus manos torpemente a la boca, en gesto de cubrirla, o de abrazarla. Observo detenidamente sus lágrimas secas y olvidadas estremecerse entre el humo de la duda y pienso irremediablemente sobre la noche en que nació la miseria.

Sus dedos de barro se llenan de la misma sangre oscura y pestilente que le da vida. De su boca sale en contracciones lentas de su ser vacío de todo furor vital, una masa informe y viscosa, latente de vida, carente de origen. Con un sordo esfuerzo expele su ser. Con un solo aliento lo observa. Con una sola lágrima seca y olvidada lo abraza.

Busca con desespero silente entre la basura. Busca desesperada. Busca su vida, una excusa, un porqué. Lo encuentra, lo abraza, lo llora. Un poema estrujado en una servilleta olvidada. Vuelve a la vida, vuelve a nacer.

miércoles, febrero 07, 2007

Magia Irredenta

El viejo hechicero posó su vara sobre la mesa cubierta de papiros y pergaminos. Rascóse su nívea barba eterna y murmuró con tono de cansancio y fastidio la Palabra arcana de su frustración. Tomó entre sus dedos de árbol añejo un pergamino cualquiera y recitó de memoria mil más. Vencido, sentóse en su sillón, tan viejo como él, y revivió su vida en un recuerdo fugaz. Sus años de mago aprendiz, su maestro que le legara su búsqueda de siglos frustrada, desde ese mismo sillón en que hoy recuerda, ya entonces antiguo, como su búsqueda tantas veces heredada. Repasó con vista de impotencia los ingredientes alquimios dispersos por su guarida: el interior de la caja de Pandora, el pezón de una sirena desencantada, una pluma de Ícaro, la huella de un unicornio moribundo, un pedazo de espuma marina, los ojos de Edipo. Sobre un estante descansaba su último componente. Contenido en un jarro de barro, inscrito de runas proscritas por la eternidad, el líquido escarlata palpitaba aún con el ritmo del corazón que una vez lo contuviera. Un dolor de bestia con alma humana, o un olor de hombre sin nombre. Apartó su vista del adefesio al recuerdo del grito del minotauro desangrándose bajo su hechizo. Con sumo esfuerzo levantóse del sillón y encaminó sus pasos hacia la puerta sellada hacía mil años. Mientras escupía una Palabra de despecho masculló una maldición con toda la fuerza de su rabia, mirando el sol que por vez primera en siglos hería cada surco de su faz. Y el céfiro de la tarde llevó su última Palabra entre sus dedos: poesía.